La razón principal por la que abandoné este blog son las vacaciones. Lejos del calor de la ciudad y de sus obras sin terminar, a kilometros de un noticiero Argentino y desconectada de Internet, es difícil no creer que las personas son felices, que viven bien o que la inflación les resulta un mal menor que no les quita el sueño. Es que en vacaciones siempre somos la mejor versión de nosotros mismos: cuando nos sacamos los zapatos y las medias de nylon, nos liberamos también de las cosas que usualmente nos consumen.
Pero esta reflexión sobre las vacaciones tiene una razón de ser. Durante este último mes no estuve en Argentina. De hecho estuve muy lejos, en España, Italia y Francia. Vi cosas geniales, que ojalá todos pudiesen ver alguna vez en la vida (¿alguien puede decirle que no a unas castañas calientes a metros de la Fontana di Trevi? ¿Quién puede serle indiferente a "La victoria de Samotracia"?), pero también experimenté cosas que me cambiaron: ser testigo de una organización más eficiente de las cosas, tal vez, pero también de un respeto total por la ley que se manifiesta en las cosas más cotidianas -- para una sanisidrense acostumbrada a los bocinazos, que los autos paren antes de entrar a una rotonda no está muy lejos del milagro.
No quiero caer en el esteoreotipo de aquel que viaja y compara; me molestaría, a esta altura, ser confundida por una típica turista menemista-- "Deme dos" y que se acabe el mundo. Pero la verdad es que me molesta, me pica, me duele que las cosas acá no funcionen nunca. Yo también quiero para nosotros rutas en condiciones seguras, trenes que lleguen a tiempo, colectiveros que no vayan a 90 km en una avenida de 60km porque tiene que cumplir con horarios inverosimiles. Necesitamos hospitales públicos eficientes y bien financiados, obras públicas para que Buenos Aires no se inunde, buenos sueldos para los maestros y colegios en condiciones para que todos los chicos tengan una educación que les permita crecer y progresar y que los ponga en contacto con las cosas más lindas de este mundo, para que después no sea necesario cortar calles o rutas o puentes...
¿El pasto del vecino siempre es más verde? Sí. Pero en la región más desigual del mundo, donde algunos parches del jardín están secos y muertos porque el agua no llega, resulta obsceno el contraste con el pasto verde y sereno que sólo podemos disfrutar algunos. ¿Es mucho pedir que cada argentino pueda disfrutar de su descanso con los pies en la arena, después de un año de trabajo digno? Quiero esta felicidad pasajera, este suspiro profundo, esta alegría que sólo tenemos cuando nos libramos de las responsabilidades que nos atan... y la quiero para todos.
Pero esta reflexión sobre las vacaciones tiene una razón de ser. Durante este último mes no estuve en Argentina. De hecho estuve muy lejos, en España, Italia y Francia. Vi cosas geniales, que ojalá todos pudiesen ver alguna vez en la vida (¿alguien puede decirle que no a unas castañas calientes a metros de la Fontana di Trevi? ¿Quién puede serle indiferente a "La victoria de Samotracia"?), pero también experimenté cosas que me cambiaron: ser testigo de una organización más eficiente de las cosas, tal vez, pero también de un respeto total por la ley que se manifiesta en las cosas más cotidianas -- para una sanisidrense acostumbrada a los bocinazos, que los autos paren antes de entrar a una rotonda no está muy lejos del milagro.
No quiero caer en el esteoreotipo de aquel que viaja y compara; me molestaría, a esta altura, ser confundida por una típica turista menemista-- "Deme dos" y que se acabe el mundo. Pero la verdad es que me molesta, me pica, me duele que las cosas acá no funcionen nunca. Yo también quiero para nosotros rutas en condiciones seguras, trenes que lleguen a tiempo, colectiveros que no vayan a 90 km en una avenida de 60km porque tiene que cumplir con horarios inverosimiles. Necesitamos hospitales públicos eficientes y bien financiados, obras públicas para que Buenos Aires no se inunde, buenos sueldos para los maestros y colegios en condiciones para que todos los chicos tengan una educación que les permita crecer y progresar y que los ponga en contacto con las cosas más lindas de este mundo, para que después no sea necesario cortar calles o rutas o puentes...
¿El pasto del vecino siempre es más verde? Sí. Pero en la región más desigual del mundo, donde algunos parches del jardín están secos y muertos porque el agua no llega, resulta obsceno el contraste con el pasto verde y sereno que sólo podemos disfrutar algunos. ¿Es mucho pedir que cada argentino pueda disfrutar de su descanso con los pies en la arena, después de un año de trabajo digno? Quiero esta felicidad pasajera, este suspiro profundo, esta alegría que sólo tenemos cuando nos libramos de las responsabilidades que nos atan... y la quiero para todos.