Me pongo muy sentimental cada vez que llega el 24 de Marzo. Me pongo cursi, me pongo triste, me pongo muy sensible. Es raro, supongo, porque nunca viví en dictadura: nací en 1987 y siempre intuí que era cierto aquello que decía Alfonsín -- que con la democracia se come y se educa. No había razones para dudar: después de años de dictadura, la democracia era un bálsamo, una promesa, el remedio para todos los males. No tardamos mucho en entender que la democracia era un jarabe con gusto feo y que no garantizaba la igualdad, ni la representación, ni la justicia. Muy pronto, de hecho, entendimos que la pelea para que todos gocemos de una vida digna es larga y dura; una lucha de todos los días que no termina con la elección popular de nuestros representantes. Pero supimos, también, que era un buen comienzo. Que lo que venía no podía ser peor que lo que dejábamos atrás. Aprendimos, en estos casi 40 años, que la democracia es un bien de todos y que es nuestro deber cuidarla. Nada mal para un país con 200 años de historia.
Supongo que también me pongo triste porque hay argentinos, una minoría quiero pensar, que todavía no entienden el valor de la memoria. La historia son miles de pequeños enlaces que nos unen -- a mi con vos, con vos, con vos y con vos -- y nos dicen que pertenecemos a un mismo todo, que nos pasaron las mismas cosas. Cuando la herida de 30,000 muertos y 500 bebés robados no puede cerrarse, se hace difícil caminar hacia adelante. ¿Cómo podemos avanzar si a Estela todavía le falta Guido? ¿Cómo podemos, como sociedad, mirar a los ojos a los familiares de nuestros desaparecidos? No podemos. Y por eso es importante la memoria; por eso es importante la justicia. No sólo es fundamental, les diría, sino también saludable.
Por último, recuerdo a Rodolfo Walsh, un tipo que no necesita introducciones pero que se las merece: dramaturgo, traductor, escritor y periodista, supo hacer del periodismo, de la literatura, una cuestión abiertamente política. Pionero en el género del non-fiction, escribió "Operación Masacre" muchos años antes que Truman Capote y su "A Sangre Fría" y supo relatar, como nadie, las injusticias que nos atraviesan. Lo recuerdo este 24 porque este es también un aniversario de su muerte: el 25 de Marzo, pero de 1977, lo mataron en la esquina de San Juan y Entre Ríos después de entregar decenas de su Carta a la Junta. Su cuerpo fue llevado a la Escuela de Mécanica de la Armada (ESMA) donde continúa desaparecido.
Es viejo ese refrán, el que dice que la verdadera muerte es el olvido, pero es cierto en el caso de Walsh. Digo, cuando me preguntan por qué quiero ser periodista, cuando me interrogan por mis afiliaciones políticas, la respuesta siempre es la misma: quiero ser la voz de los que no tienen voz; luchar por aquellos que menos tienen. No quiero el periodismo estéril o el malalechismo crónico de algunos. Quiero un periodismo comprometido; quiero ser periodista como Rodolfo Walsh.