Tomás Eloy Martínez escribió una crónica para la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano sobre los orígenes nobles de nuestra profesión en América Latina. Les extraigo el más lindo de todos los párrafos de esta gran crónica que se llama "Defensa de la utopía" y que conocí gracias al periodista Daniel Santoro.
"Todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron alguna vez periodistas. Y a la inversa: casi todos los grandes periodistas se convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores. Esa mutua fecundación fue posible porque, para los escritores verdaderos, el periodismo nunca fue un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencias para ganar la vida. En cada una de sus crónicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprendieron el propio ser tan a fondo como en el más decisivo de sus libros. Sabían que, si traicionaban a la palabras hasta en el más anónimo de los boletines de prensa, estaban traicionado lo mejor de sí mismos. Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueva a doce del a noche y el gacetillero indolente que deja caer las palabras sobre la mesa de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piensa así. Pero un periodista de veras no tiene otra salida que pensar así. El periodista no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con nuestras mismas vísceras y nuestros mismos sentimientos".
Es una visión un poco romántica de la profesión, me queda claro, pero una con la que concuerdo de manera plena.
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