Buenos Aires, tenía razón el escritor André Malraux, se parece bastante a la capital de un imperio que nunca existió. Es que los mitos son así de fuertes y los porteños nunca pudieron escaparse de aquel que los alza a la altura de ciudadanos franceses; amantes del arte y de las cosas buenas de la vida. El Teatro Colón fue, durante 100 años, la nave insignia de ese patrimonio cultural que infla el pecho de cualquier argentino hecho y derecho: la mejor acústica de América Latina- “Una de las mejores del mundo”, nos apuramos en aclarar- es propia y es pública. Hoy resulta difícil recordar, embarrados hasta los codos en caras remodelaciones y polémicas leyes autárquicas, que el Colón es de todos. Algunos son de la idea de que este, nuestro Teatro Magno por excelencia, debe ser de unos pocos.
Hace sólo unos días Mauricio Macri anunció, con un gorrito amarillo parecido a los que usaba en sus épocas de ingeniero, la reapertura del Colón a tiempo para el Bicentenario. Al anuncio le siguieron columnas y programas de prestigios periodistas que, maravillados por las nuevas- pero incompletas- instalaciones del Colón, entendieron a esta noticia como un triunfo del trabajo sobre la desidia de viejas administraciones. Ni una cosa ni la otra: que el Master Plan ideado por Jorge Telerman, cuando todavía era Secretario de Cultura de Aníbal Ibarra, haya sido un fracaso no significa que la versión macrista carezca de defectos. Los empleados del Teatro Colón nucleados en la Asociación de Trabajadores Estatales (ATE) encuentran muchos aunque todos se resumen bajo el mismo lema: “No a la privatización de la cultura”.
“El interés de tener al Colón como sala de alquiler, anulando su producción y al ente cultural, es antigua y a través de la Ley de Autarquía el macrismo tuvo la llave perfecta para lograrlo,” dice Patricia Pérez, voz autorizada por integrar tanto la Orquesta Estable como la junta interna de ATE dentro del Teatro. Patricia, acostumbrada a la armonía de sus instrumentos de viento, no puede encontrarla aquí: la Ley de Autarquía, sancionada el 11 de Septiembre de 2008, tiene como objetivo la creación del Ente Autárquico Teatro Colón en el ámbito del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con personería jurídica propia, autonomía funcional y autarquía financiera- este último punto, el de la autofinanciación, es particularmente polémico porque esconde el cómo. La libertad de acción que viene de la mano de la Autarquía, parecen gritar los Legisladores porteños que apoyaron la medida, viene con un precio: la creación de múltiples gift shops, el alquiler del Salón Dorado para desfiles- como el que la línea de zapatillas Converse hizo el año pasado con el baterista de The Ramones tocando canciones de rock- y la remoción de parte de la planta estable de trabajadores para hacer lugar a producciones extranjeras. Es esta prostitución de la cultura, dicen, lo que les preocupa. Es que en los planos de este nuevo Teatro Colón se ve el destino de sus trabajadores: “Siempre pusimos el acento en la unión perfecta entre el personal y su edificio- dice Pérez- Si en los nuevos planos veíamos la construcción de un enorme montacoches para la entrada de producciones extranjeras completas, veíamos también la anulación de un taller de escenografía y de escultura y además la transformación de salas de ensayo en confiterías, no se necesita tener muchas luces para darse cuenta que habría también un cambio muy de fondo en lo que se refiere a los trabajadores”.
Esta privatización de los espacios culturales no debería sorprender a nadie. Fue Mauricio Macri, en declaraciones a la prensa antes de las elecciones de Junio, quien defendió la re-privatización de empresas estatales y quien, negándoles a los maestros un aumento del 20% en sus salarios básicos, apoyó una inversión millonaria en pizarras digitales, a razón de $15.000 cada una. Es que para el Gobierno de la Ciudad la cultura es un espacio más a conquistar, pero definitivamente no el único.
Pero aunque el proyecto de Ley de Autarquía salió del oficialismo en la Ciudad, no es únicamente suya la responsabilidad. La ley, concensuada entre los tres Partidos más importantes- PRO, Coalición Cívica (CC) y Frente para la Victoria (FpV)- hace ruido allí donde las convicciones ideológicas se mezclan con lo que los alemanes supieron llamar la “realpolitik”: avanzar sobre lo práctico ignorando la teoría pero también la ética. Empleados de ATE Teatro Colón explican, no sin angustia, que durante 2008 sus charlas con Legisladores contrarios al PRO habían sido positivas. “Muchos en principio nos apoyaban, incluso el Frente para la Victoria, pero esta primera minoría se alió al macrismo y la maldita ley salió,” dice uno de ellos.
Inés Urdapilleta, Presidenta de la Comisión Cultura y Legisladora del FpV, fue una de las defensoras más acérrimas de la ley dentro de la oposición. Su vocero, Daniel Sueldo, se enoja cuando le preguntan sobre la incoherencia que presupone votar una ley que va en contra de lo que el FpV dice representar a nivel nacional y cambia de tema: “Lo que ATE plantea no es tan así- dice cuando finalmente atiende el teléfono- Hay que entender que el Teatro Colón va a seguir recibiendo mucho dinero del presupuesto anual que le otorga la Legislatura. No es que se va a autofinanciar totalmente. La creación de un Directorio, en donde tendrá lugar un representante de ATE, es un paso más a favor de la democratización de las decisiones dentro del teatro. El dinero adicional va a ser algo positivo, no negativo”.
La Arquitecta Bettina Kropf, Asesora Especialista en Restauración de la Unidad de Proyectos Especiales (UPE) que depende del Ministerio de Desarrollo Urbano, sigue la misma línea de pensamiento: “Con la autarquía, lo que buscan es que el Teatro Colón se financie mejor. Se trata de una fórmula con la que se abre la puerta a coproducciones y aportes de empresas privadas, que le permitirá al Colón incrementar sus ingresos para tener una administración moderna y dinámica. El objetivo sería sacar al Colón de la crisis financiera en que se encuentra hace aproximadamente 20 años.”
El Arquitecto Gustavo Brandaris, Asesor en Investigación del Plan de Obras para el Teatro Colón, admite que la restauración se hace difícil en una situación de tensión política. “Yo entiendo a los empleados de ATE. Defienden sus derechos como corresponde pero están muy radicalizados. Además al estar los gremios tan involucrados la situación se
torna muy política,” dice a la salida de su Conferencia “Historia del edificio Teatro Colón e Historia de su Restauración” que dio en el Centro Vivencial del Teatro el pasado 14 de Noviembre en el marco de “La noche de los museos”.
Lo que Brandaris no dice es que el Teatro Colón es inseparable de la política. Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri hicieron del Colón- su restauración y sus trabajadores- parte de sus plataformas. Si ATE Teatro Colón protesta, y lo hace a través de solicitadas y manifestaciones públicas, es porque hace 7 años que el Teatro pasa de mano en mano y avanza lentamente en sus restauraciones. Es su planta estable la que sufre las humillantes reubicaciones en lugares que poco tienen que ver con el arte. Dos empleados del sector efectos especiales electromecánicos ocupan hoy, por ejemplo, puestos en el área de Salud del Gobierno de la Ciudad.
La reconciliación entre los empleados de ATE Teatro Colón y la Dirección- a cargo hoy de Pedro Pablo García Caffi, designado por Macri luego de la renuncia de Horacio Sanguinetti por problemas con el Ejecutivo- se hace difícil si consideramos esto: el Ente Autárquico Teatro Colón, la junta directiva que toma las decisiones en el establecimiento tras la sanción de la ley, se reúne sin el miembro que correspondería a ATE desde hace un año por los graves problemas sindicales que aquejan al Teatro, consecuencia de la política privatista resistida por ATE y demás Partidos de Izquierda.
Hace más de 20 años que Máximo Parpagnoli trabaja en el cuerpo escenotécnico del Colón y es claro en su denuncia: “Esta situación tiene que ver con un proyecto de teatro, al que quieren terciarizar alquilando sus salas y escenografías, o realizando funciones para eventos, como las que se hacen en el Metropolitan de New York. Cierran el Teatro para una minoría que puede pagar. Apuestan a un rédito económico más que social”.
Una de las pocas Legisladoras que votaron en contra de la Ley de Autarquía, Patricia Walsh (Nueva Izquierda) cerró la discusión en la Legislatura aquel 11 de Septiembre reproduciendo las quejas de empleados como Parpagoli y Pérez. “Creemos que este proyecto de ley del oficialismo es inoportuno, engañoso y mercantilista. Es inoportuno porque el Colón está dañado en su infraestructura edilicia y con este proyecto de mega obra para todo el teatro se pierde la prioridad que debería ser una reparación conservativa que permita una rápida y segura reapertura. Es engañoso, ya que se promete autarquía, pero se impone un modelo verticalista totalmente dependiente del Jefe de Gobierno de turno. Y es mercantilista, ya que cambia el modelo histórico de teatro de producción propia por otro modelo funcional a todo tipo de tercerizaciones y negocios privados”. Tenía que ser Patricia, hija del escritor y periodista Rodolfo Walsh, quien protestase en contra del corte neo-liberal de las políticas macristas en el Colón.
El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla. No es necesario cavar profundo para verse, frente a frente, con los grandes problemas que atañen hoy al Teatro Colón. Y quedarse en la superficialidad de las cosas es riesgoso: la Ley de Autarquía y la famosa autofinanciación traerán más dinero a las arcas desnutridas del Teatro pero habrá que entregar a cambio- como el Fausto de Goethe- también un poco de nuestras almas.
Esta es una investigación que hicimos con Gabriela Alcivar, Matías Castro y Denise Woslavsky para la facultad. Hoy se abre una nueva etapa en el Teatro Colón. No hay que olvidarse de su médula, los que hacen grande al Colón; sus trabajadores.
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