Interesante la reflexión que propone Juan Mansilla en su Blog de Contenidos sobre el odio y su poder corrosivo. Es especialmente interesante, creo, porque parte desde dos lugares tan diferentes: destaca una columna de Aliverti en Página 12 y otra de Jorge Fernández Díaz en ADN La Nación. Lugares distantes, alejadisimos tal vez, pero que sin embargo llegan a conclusiones parecidas. Que el odio estanca, que es antidemocratico, que lo mueven y juegan con él intereses económicos y políticos que se mezclan y apelan a nuestras emociones para defender su causa.
Los Kirchner saben muy bien que encausar el odio tiene sus beneficios. Desde la legitima bronca contra los represores del último gobierno militar hasta otras, más discutibles, como la polarización del conflicto con el campo, el oficialismo volvió a poner de moda aquello que habíamos olvidado en el medio de la crisis y la prosperidad: que los argentinos somos seres pasionales y nos reconocemos sólo por oposición a otro. Peronismo y Radicalismo. Boca y River. Civilización y barbarie. Y si bien es cierto que el odio separa, nadie puede negar su poder para unificar, para crear lazos donde antes no había nada. A propósito de esto, el Senador Luis Juez -- el Horacio Pagani de la política -- dijo hace unos meses que a la oposición no la unía "el amor sino el espanto". Un signo de nuestros tiempos que todavía sea lo negativo, y no las propuestas positivas y distintas, las que llamen a la reflexión sobre un modelo de país
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