El himno

Maria Eugenia era mi preceptora en el Secundario. Tenía 80 años y había dado clases en el Delta del Tigre en los años 60, lo que significaba que cada mañana se tenía que subir a un botecito, con frío y con calor, para enseñarle a un grupo de chicos a leer y a escribir. Admirable, por donde se lo mire. Ella no se casó, no tuvo hijos, y tuvo que soportar- durante años- las burlas de generación tras generación de chicos que la creían anticuada e insoportable. Hablo de Maria Eugenia hoy- en realidad se merece un post aparte- porque cuando recuerdo las breves conversaciones que compartimos en Preceptoría, sólo puedo pensar en su patriotismo desmedido. María Eugenia era de esas mujeres que creían en La Patria, que los 25 de Mayo te regalaban escarapelas porque se negaban a vivir en un mundo en el que las nuevas generaciones no se enorgullecieran de ser argentinos.

El poder de los símbolos es fuerte. No sé si María Eugenia lo sabía entonces- tal vez sí, y por eso insistía tanto- pero lo único que une a una Nación son los símbolos comunes: el himno, sí, pero también la escarapela, la lengua, la historia, los mitos. No es casual: la Argentina de la Generación del 80, aquella que planteaba una revolución productiva de la mano de "trabajo, tierra y capital", nació de esa necesidad de homogeneizar. ¿Qué hacemos con un hijo de tanos al que le enseñaron que Garibaldi es el único héroe posible? ¿Cómo logramos que el polaco hable bien castellano? La escuela pública fue la solución. A fuerza de cuadros de San Martín, juramentos a la bandera y actos escolares nos hicimos iguales. Por primera vez galeses y judíos, españoles e italianos, formaron parte del mismo todo; tuvieron un destino común.

Si los dirigentes de entonces usaban recursos para lograr la igualdad- a los cachetazos, a veces; a la fuerza, inclusive- entonces resulta contradictorio que se use al himno para resaltar las desigualdades que desarman a nuestro país 200 años después. Ayer el Rabino Sergio Bergman y el Padre Guillermo Marcó le pidieron "al país" que canten el himno. Fue una manera pacifica, dijeron de ellos, de alzar la voz contra la inseguridad. Rodeados de cientos de personas, con el calor de otro como nosotros al lado, ¿quién puede resistirse a la emoción de cantar "O juremos con gloria morir" y sentirlo en serio? Es que si algo conocen bien personas como Bergman y Marcó, es el poder de las multitudes y su relación con los símbolos.

Manifestarse es un derecho de todos- aunque inclusive el mismo Bergman tenga amnesia social y lo recuerde por temporadas. Lo realmente peligroso es hacer de todos una causa de algunos. La de Bergman, la de Marcó, no es la lucha por una menor desigualdad, la raíz de todos los males que critican. Es el oportunismo de siempre revestido de patriotismo: "Nosotros, los Argentinos de verdad, estamos acá, ¿vos dónde estás?". Muchos de los que quedaron con la garganta ronca de tanto gritar, que usan escarapelas para aparentar, están muy lejos del patriotismo silencioso, pero real, de las Maria Eugenias del mundo.

La banalización de la política



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A mi Mirtha Legrand no me caía mal: es hincha de Racing- como mi papá- y, por su edad, la relaciono indirectamente con mi abuela y sus comentarios doñarosistas. "Qué barbaridad", es su frase de cabecera, y nadie que empiece una oración con ese latiguillo puede ser tomada en serio. Pero hace una semana, aproximadamente, me di cuenta que Mirtha Legrand- con sus peinados coquetos, sus vestidos de diseñador y sus joyas prestadas- no es una viejita inofensiva. De hecho, es peligrosa.

Y no es solamente Mirtha Legrand. Marcelo Tinelli, Susana Giménez y Jorge Rial, personas que hicieron mucho para banalizar la cultura de este país, ahora van por la política. Se quejan, en su rol de ciudadanos, de la falta de seguridad. Pero se olvidan de que su trabajo de comunicadores conlleva una responsabilidad social: construyen, a través de la palabra y el lenguaje audiovisual, visiones del mundo que modifican y transforman otras. ¿Existe la inseguridad por qué me roban, porque le roban a los míos, o porque Mirtha- entre bocado y bocado de salmón- dice que así es? Es innegable que la violencia social ha aumentado y que, en un país con un %50 de pobres, la inseguridad es una cuestión indiscutible. Pero, ¿es cierto aquello que informan, que la inseguridad- de un día para el otro- "ha aumentado gravemente"?

No. Desestabilizar es un arte que algunos entienden muy bien. Detrás de los medios, hay poder. Y ese poder tiene intereses que se valen de personajes como Mirtha Legrand o Susana Giménez- señoras reaccionarias y millonarias que hicieron su dinero sonriéndole a gobiernos que de buenos no tuvieron nada- para llegar a otras señoras, igual de reaccionarias, tal vez, pero mucho menos millonarias, que tienen el cerebro achatado de tanto mirar sus programas.

Paparazzi





El video es, en apariencias, tierno. Es una anécdota infantil, de esas que tuvimos todos y está animado de manera entretenida. A pesar de eso- quizás hasta motivado por- este video sigue dándome piel de gallina, inclusive después de haberlo visto tres veces.




La sinopsis es clara: dos chicos construyen una cámara de juguete y empiezan a relatar las noticias más relevantes del jardín. A los demás les entretiene tanto la idea que deciden copiarlos. A la semana se habían organizado en cadenas y cada nene empezó a jugar un papel importante en la producción: maquillaje, cámara, presentador, director, etc. Todo iba bien hasta que un día dos chicos empiezan a pelearse. Alrededor, 20 compañeros con cámaras los apuntan pero nadie hace nada. No es hasta que los profesores separan la pelea y las cámaras se prohíben que el respeto por la dignidad humana vuelve a ese jardín.

La crítica hacia los medios tradicionales es total pero, si lo pensamos bien, también a los medios 2.0 y a la participación ciudadana en la creación de noticias. Que los periodistas se queden parados mientras el hecho ocurre es una tragedia pero es parte del trabajo de reportar los hechos; una distancia que sirve, también, para crear una sensación de objetividad. Pero con la aparición de redes sociales y de cámaras en los teléfonos todos somos periodistas. Y eso es positivo- en cuanto a la primicia, en cuanto el periodismo puede llegar a lugares ocultos- pero muy negativo en cuanto a la veracidad, a la privacidad y a la humanidad.

Hace unos días nos sorprendió la noticia de la masacre de Fort Hood, en Michigan. Un soldado mata a otros 13 y hiere a 30. ¿Cómo nos enteramos de esto, en vivo? Una soldado, encerrada, twittea lo que está pasando. Lo twittea sin checkear; twittea lo que piensa que es cierto. Pero lo que ve no es la verdad... los hombres que ella dice que murieron fueron, en realidad, capturados y la información de que existieron otros tiradores también se comprobó como falsa. "El pescado podrido" se distribuye de internet a las cadenas nacionales y de las cadenas nacionales al resto del mundo. La soldado gana notoriedad y obtiene sus 5 segundos de fama.

Si todos somos testigos pasivos, como los chicos que cambian su comportamiento por tener una cámara en la mano, nadie es ciudadano activo: son pocos, entonces, los que separan las peleas. El resto está muy ocupado filmándola.

With The Beatles



Rodrigo Fresán es el columnista de Página 12 que más me gusta. Es escritor y vive en Barcelona pero por eso no deja de ver a los argentinos por lo que somos, en nuestros vicios y en nuestras virtudes. Es la prueba viviente de que, a veces, para ver bien las cosas vale también tomar un poco de distancia de ellas. Pero lo que hace único a Rodrigo Fresán es que, aparte de genial y progre, es fánatico de Los Beatles- y hace todo para intercalarlos, de alguna manera y a veces a la fuerza, en sus contratapas.

 



Hace unos años, con la última aparición en River de Los Rolling Stones, publicó una columna interesante sobre cómo los argentinos pasamos, culturalmente, de Beatles a Rolingas. Él se maravillaba con la subcultura de jóvenes con flequillos rectos y pañuelos palestinos en el cuello que bailaban como gallinas sin cabeza. Y no es que Fresán estuviese en contra de discos geniales como "Let it Bleed" sino que se esforzaba en comprender los paralelismos entre Los Rolling Stones- eternos rebeldes arrugados- y los argentinos, que ven en ellos un poco de su propia escencia.

Alguna vez lo escribí, vuelvo a escribirlo ahora: habiéndolo inventado todo, a los Beatles sólo les quedó inventar el separarse. Fue entonces cuando, quizá, los Rolling Stones decidieron seguir juntos para siempre, orquestando sucesivos duelos Jagger/Richards para angustia de la concurrencia, anunciando nuevo tour, girando en círculos, como viejos long-plays.

Cuando me acuerdo de la Argentina de mi infancia –cabe la posibilidad de que se trate de un mecanismo de defensa, de una de esas alteraciones del pasado– no puedo evitar el pensarla como un país beatle. Después, en algún momento, la Argentina decidió ser un país rolinga. Supongo que fue entonces cuando comenzaron los problemas.

Me acuerdo de Fresán, hoy Domingo, por dos noticias que tienen que ver con los 4 de Liverpool: que el MALBA plantea proyectar algunas de sus películas en un ciclo que dio a llamar "Rock N Roll" (allí estará la clásica A Hard Day's Night pero también la oscura Magical Mystery Tour) y que Robert Zemeckis, el director de Volver al Futuro, planea una remake de "Yellow Submarine" en la que posiblemente participen los dos que quedan, Ringo Starr y Paul McCartney.

Tiene razón Fresán: algunos se conforman con seguír tocando y a otros sólo les queda la satisfacción de saberse leyenda.